Juan Pablo Bravo @juanpabravo
( contraataquede11.blogspot.com.es )
Éste es el título de la divertidísima película que en 1968
popularizaron dos genios de la comedia y el humor, Jack Lemmon y Walter Mattau.
La idea original es del hilarante Mel Brooks y recoge sus experiencias al
compartir piso con un amigo tras su primer divorcio. La difícil convivencia pasó
primero por el teatro de la mano de Neil Simon para luego convertirse en película
de referencia obligada, dirigida por Gene Saks y brillantemente protagonizada
por el singular dúo.
Estos días ha levantado el telón la nueva temporada de la
NBA. En España el regalo es de pago y viene cuidadosamente envuelto por Canal
+. Su formato es ameno, atractivo y atrevido. Han lanzado incluso un lema de lo
más original que invita a su seguimiento a pesar de los horarios “Dormir es de
cobardes”. Su joven equipo de comentaristas y narradores transmiten ilusión, vastos
conocimientos y diversión.
La cadena del Grupo Prisa encontró un filón en los noventa
al juntar a dos periodistas tan dispares como el inclasificable Andrés Montes y
el genuino Antoni Daimiel. De orígenes, generaciones y caracteres absolutamente
diferentes, nada hacía presagiar que el producto saliera tan redondo, pero
desde el principio las excentricidades de Andrés casaron a la perfección con
los profundos y atinados comentarios de Antoni. Se han cumplido tres años del
aniversario del fallecimiento de Montes y me ha parecido justo recordar a dos
monstruos de la comunicación desde el exceso o la contención de cada uno.
La radio
Como si fuera premonitorio, Andrés llegó al mundo de los
medios de comunicación de rebote. Haciendo la mili en Alcalá de Henares, el entonces
recluta y periodista Roberto Gómez le presentó a Pedro Pablo Parrado y sin más
carrera que la de la calle entró en Radiocadena Española en el 80 gracias a su
verbo fácil. De ahí pasó a la Cope donde retransmitió el Mundial de Fútbol del
82 en España.
José María García le echó el ojo y se lo llevó a la recién
estrenada Antena 3 Radio para convertirlo junto a Siro López y Javier Ares en
las voces del baloncesto, que vivía un auténtico boom gracias a la medalla de
plata olímpica de Los Ángeles. Eran los tiempos de los carruseles de basket
sabatinos con la locución de los encestes de tres puntos en forma de
Supercanastas Colacao o los Triples Cinco Estrellas, según la emisora y marca
que patrocinara el tiro. Así Brotons, Chema Forte, Manolo Lama o Valentín
Martín popularizaron el deporte de la canasta a través de las ondas. La
cobertura se extendía a los partidos entre semana de nuestros representantes
europeos. Andrés se recorrió el Viejo Continente de cabo a rabo siguiendo al
Madrid o al Estudiantes donde solía acudir como locutor o al Barcelona y
Joventut en que ponía la alcachofa cerca de los banquillos. Se llegó a
enfrentar a García, en su pretensión de ser el narrador principal de los
partidos, pero éste prefirió que Siro siguiera desempeñando ese papel, muy
brillantemente por cierto.
En esa época hizo verdaderos amigos en la profesión (los
“viejos rockeros” o los supervivientes de la Guerra de Vietnam que lucharon en
la Colina de la Hamburguesa, como respondía el contestador de su móvil) y
mantuvo una excelente relación con algunos jugadores, como los Llorente
Brothers, los Martín, Epi, el “Lagarto” De la Cruz, Itu o José Alexandervich
Biriukov Aguirregabiria. Éste último, más conocido por Chechu Biriukov, era
hijo de madre vasca exiliada a Rusia en la Guerra Civil y había fichado por el
Madrid en la temporada 83/84 y su tiro rasante y su carácter afable enseguida
cautivó a la plantilla y a la afición blanca. Recurría a un viejo refrán ruso
cuando alguien se refugiaba en excusas “a mal bailarín siempre cojones
molestan” y se hizo los cuatro mil doscientos dieciséis kilómetros que separan
Madrid de Moscú por carretera en su recién estrenado Porsche rojo para
enseñárselo a sus amigos de la capital soviética. Según contaba hace años el
periodista Martin Tello, le retuvieron tres horas en la aduana, pues todo el
personal de la misma quería retratarse con el personaje y su auto. Un buen tipo
y un excelente escolta.
De esos años dorados (al Mundial de Argentina, por ejemplo,
acudieron setenta periodistas a cubrir el evento), en que conservaba el pelo
rizado con el que le llegaron a confundir con Pablo Milanés, glosan un montón
de anécdotas de Montes. En el Europeo de selecciones en Karlsruhe, en un
partido relajado Andrés mete el micrófono en un tiempo muerto. Antonio Díaz
Miguel está a lo suyo y Romay aprovecha para quitar las gafas del reportero,
Iturriaga para tirarle del cable y De la Cruz para agarrarle del cuello,
mientras otro intenta sisarle la cartera. La voz del entrenador se entrecorta,
el sonido va y viene. Montes muy profesional alude a problemas técnicos.
Quizá la mejor de todas sea la relatada por su amigo y
compañero Siro López, que, harto de compartir habitación y no pegar ojo con
Andrés, decidió colocarle el marrón en el Eurobasket griego del 87 al técnico
de sonido Miguel Ángel Barroso y recoger grabada la liturgia que acompañaba al
bueno de “El Negro” antes de irse a la cama. Todas las noches tarareaba compulsivamente
hasta aburrirse el famoso “Qué salgan los toreros” que cantaba la Demencia
estudiantil al final de los partidos y se cepillaba los dientes en tres ocasiones.
A los tres cuartos de hora, cuando su compañero no sabía dónde meterse, se
tumbaba y empezaba a roncar como un oso. El documento sonoro lo pudieron
escuchar al día siguiente el resto de los enviados especiales ante el despelote
general.
Cuando Antena 3 echó el cierre Andrés marchó a retransmitir
los partidos del Atleti a Radio Voz. “Algo se está cociendo al sur de la
ciudad” pregonaba. Y tanto. Fue el año del doblete en el Manzanares.
La tele les junta
A finales de noviembre de 1995 Canal+ adquiere los derechos
televisivos de la NBA (una merienda de negros que pagan los blancos, según
Andrés). Un visionario Alfredo Relaño, que había revolucionado junto al
realizador Víctor Santamaría el modo de dar el fútbol en la pequeña pantalla, le
ficha para narrar los encuentros. Sus primeros comentaristas son Santiago
Segurola (probablemente la más insigne pluma del periodismo deportivo español y
una fuente permanente de conocimiento en fútbol, baloncesto, atletismo y
natación) y Luis Gómez, pero pronto entra en escena un joven Antoni Daimiel
para hacerse asiduo en las retransmisiones y cubrir las bajas de sus
compañeros.
Antoni, nacido en Ciudad Real, pero afincado desde los
cuatro años en Valladolid, se había sentido atrapado por el baloncesto desde
que su padre le llevó al polideportivo Huerta del Rey a ver al recién ascendido
Miñón. Carmelo Cabrera y Nate Davis se convertirían en sus ídolos perennes.
Jugó en un colegio pucelano hasta los 16 años y fue campeón alevín local ante
el equipo de Lalo García. Abandonó Derecho y se vino a estudiar periodismo a la
Universidad Complutense de Madrid. Vivió el inicio de la cadena privada donde
estuvo seis años haciendo fútbol para El Día Después y cubrió las finales de la
Liga Universitaria de baloncesto. De ese tiempo conserva compañeros de
profesión y amigos; con Nico Abad y Julio Maldonado “Maldini” llegó incluso a
compartir piso dos años.
Pronto se comprueba que el torrente cheli de Andrés se
complementa con el castellano puro y pausado de Antoni, cohabita el estilo
transgresor e innovador del madrileño con los modos ortodoxos y clásicos del
pucelano militante, la improvisación con el trabajo minucioso. Nace una manera
distinta de abordar un partido de baloncesto a deshoras, de combatir el
aburrimiento y ganar al sueño, donde los eslóganes, motes, gritos y coletillas
pintorescas de Montes contrastan con la multitud de datos y excelso
conocimiento que aporta Daimiel. Atraen a un público nuevo, mayoritariamente
joven, al que en muchos casos no había seducido el baloncesto de estos lares.
Desde su primer viaje en febrero del 96 a Estados Unidos a
la cita de las Estrellas de San Antonio en el Alamodome, donde Antoni trae un
carro de regalos a sus compañeros de redacción, pasando por la histórica retransmisión
del sexto partido de la final en Utah el 15 de junio del 98 donde Dios volvió a
disfrazarse de jugador de baloncesto (con tres abajo y 41 segundos por jugar
Jordan mete una bandeja contra tabla; en la jugada siguiente le roba un balón a
Karl Malone y en el ataque posterior encesta un tiro en suspensión que le da su
sexto anillo y se convierte en la mejor foto de la historia de la revista Sports
Illustrated), el dúo crece, se consolida y retroalimenta. Aprovechan los
descansos y tiempos muertos para ilustrar a la audiencia en los temas más
variopintos. El cine (a Montes le hechizaban desde Almodóvar hasta Clint
Eastwood), la música (Andrés es un melómano, heredero del sonido de la Motown,
de Grateful Dead, de Dylan o los Beatles y lo primero que hacía cuando llegaba
a los estudios era elegir el tema que cerraba el resumen del encuentro) o la
gastronomía pasan a formar parte del espacio. Sus ocurrencias o las preguntas
que dejan en el aire y sobre las que pontifican son de lo más disparatado y
divertido: ¿a quién se le ocurre casarse el día de un Madrid-Barsa? ¿por qué en
la foto de la boda sólo sonríe la novia? ¿sigue existiendo Simago? ¿qué tenemos
que hacer para salir del club de las calabazas? ¿por qué Prada falló los tres
tiros libres? ¿por qué todos los jugones sonríen igual?... y así mil cada noche
para estirar el chicle, como decía Andrés, y entretener al noctámbulo.
Pero no se engañen, se trataba de dos personas, que no
personajes, no sé si muy cultos, pero al menos muy curiosos, con inquietud por
todo. Lectores empedernidos, a Andrés por ejemplo le encantaba todo lo que
venía de Estados Unidos y sentía especial predilección por Nueva York y sus
Knicks, y devoraba todo lo que caía en sus manos sobre Martin Luther King, la
transición española, el conflicto vasco, el castrismo, la revolución cultural
de Mao, el antiguo socialismo de los países del Telón de Acero. Mientras
Antoni, enamorado de dos gotitas de agua, de aires atlánticos y simpatía de sus
gentes, La Habana y Cádiz, y firme defensor del papel escrito, se apoya en la guía Thunder and Hollander y rebusca
e indaga en Internet para aportar nuevas informaciones que sorprendan cada
noche a los espectadores e incluso a sus compañeros (a Antonio Sánchez con el
que comparte programa los viernes le trae loco el misterio de la fuente de la
noticia). Su aspiración cuando se retire es regentar una casa rural de un frío
pueblo de Castilla, donde pueda reunirse a charlar tranquilamente con amigos.
De aquellos tiempos se recuerdan multitud de curiosidades.
En Nueva York Andrés descubre una tienda de pajaritas y compra veinte; como a
Antoni le gustan al día siguiente se lleva otras veinte. Otra noche Montes se
sube antes a dormir y al poco llama horrorizado a Daimiel porque su habitación
se ha inundado; cuando llega encuentra a su amigo con un operario del hotel al
que constantemente repite: “yo sólo he meao, ¿eh?”. En otra ocasión, Andrés recibió
una reprimenda cariñosa de Tinsley, pues se estaba comiendo las patatas fritas
del catering de los jugadores. O cuando Montes le preguntaba a Daimiel ¿qué
pasó en el verano del 99?, en el que el joven pasó mucho tiempo viajando por
Centroamérica y el Caribe.
Paco García Caridad le ofreció a Montes la posibilidad de
compatibilizar su trabajo televisivo con un programa en Radio Marca a mediodía.
Con el singular título de “No sabes cómo te quiero” amenizaba la hora de comer,
junto a Gema Santos “la churri”, Miguel Martín Talavera “Kambala” y David
Sánchez en Barcelona. El programa era un desfase. Si quieren estar bien
informados cambien de dial, solía decir Andrés. Llamaba asiduamente a Manuel
Pablo, el futbolista que era hincha de los Pistons de Detroit, y cuando el
canario le preguntaba que tal estaba, Andrés soltaba su coletilla: “como
siempre vendiendo el muñeco, tronco”, y se oían las carcajadas del deportivista
al otro lado de la línea. Más de una vez, en mitad de un atasco, volviendo del
trabajo con la radio encendida, veía cómo se tronchaba de risa el conductor del
coche de al lado, pensé: “éste como yo, va oyendo al Montes”. Un oyente llegó a
viajar desde La Coruña a Madrid para traerle las patatas y los churros Bonilla que
tanto afamó.
A Andrés los directivos de la NBA le idolatraban, le
colocaban en sus videos promocionales y le daban la mejor ubicación para ver
los partidos. Y en sus visitas al otro lado del Atlántico no paraba de
saludarle gente.
La Sexta
Y en éstas que un buen día, después de once años en Canal+,
los jefazos de La Sexta se ponen en contacto con Andrés y le ofrecen la
narración del partido de liga en abierto los sábados y la cobertura de los
mundiales de fútbol y baloncesto. Sogecable no puja por él y se estrena a lo
grande en el Mundial de fútbol de Alemania (“a mí mañana me dicen chapas y hago
partidos de chapas”) con Julio Salinas de compañero. “Soy un tío que trabaja
como un negro para vivir como un blanco”, declaraba. Su estilo excéntrico,
disparatado, incontenible e irreverente causa sensación y dispara los share.
Hasta las mujeres le dicen por la calle que ahora se sientan con sus maridos
para ver el fútbol porque se lo pasan bomba. El fenómeno lo trasciende todo. Su
“tiki-taka” traspasa fronteras. Durante tres años y medio firma más autógrafos
que los futbolistas, hace un cameo en la película Isi Disi como entrenador de
basket, le brindan un papel como sexólogo en la serie Aquí no hay quién viva,
que rechaza por cuestiones de agenda, y una editorial le propone sacar un
diccionario con sus dichos y apodos (tras su fallecimiento se lanzó La Baraja
del Jugón, cuyos beneficios van destinados a Unicef).
Tiene la suerte y el privilegio, después de tantos años
siguiendo a la selección de basket, de narrar a la España campeona mundial en
Japón, junto a Iturriaga (qué suerte has
tenido Itu de conocerme, le vacilaba siempre) y De La Cruz (que no cabía en la
ducha del hotel donde se rodó Lost in traslation), el subcampeonato europeo en
Madrid y la medalla de oro en Polonia, tras la que la cadena televisiva decidió
no renovarle el contrato. Su delicada salud le falla y a los pocos días sería
encontrado muerto en su piso del barrio madrileño de Chamberí y la ACB entregó
a título póstumo a sus hijos, Orson y Nelson (en homenaje a Wells y Mandela),
la insignia de oro y brillantes, en el Palacio de los Deportes de Madrid, con
su canción favorita de Van Morrison (y también la mía), Caravan, como banda
sonora de fondo. De los días posteriores a su muerte rescato un artículo de
José Manuel Cuellar en ABC, en el que le comparaba con uno de los personajes de
Camilo José Cela en su novela La Colmena, el inventor de palabras.
Entre tanto Daimiel continúa en el Plus, pero se siente
infravalorado y durante un año deja de dar NBA y se incorpora al equipo de El
Informe Robinson donde hace un reportaje sublime de un entonces jovencísimo
Ricky Rubio, al que todavía no le estaba permitido hablar con la prensa. Su
feliz regreso para los play offs de 2009 coincidió con el primer anillo de
Gasol en los Lakers y ahí sigue, en medio de un elenco de profesionales
excelentes (Carni, Loncar, Iñaki Cano, Antonio Sánchez, José Ajero, Ramón
Fernández, Guillermo Giménez). No sé si fue en la primera retransmisión de esta
temporada recién comenzada o en la derrota ante los Clippers, sintetizó el
estado de los Lakers de manera absolutamente genial haciendo gala de su fino
humor “a esta mujer nunca la había visto tan fea”. Seguidor, como Montes, del
Atleti futbolero, y de los Bullets de mediados de los ochenta, se decanta por
el Conseco Field House de Indiana cuando le preguntan por su pabellón
estadounidense preferido.
Sirva este artículo como homenaje a esta pareja de dos y a todos
los profesionales televisivos, que con mayor o menor fortuna, mayor o menor
conocimiento, pero desde su dedicación han hecho que el baloncesto nos entre
por los ojos. Hasta donde me alcanza la memoria nombraré a Héctor Quiroga, José
Félix Pons, Nacho Rodríguez Márquez, María Antonia Martínez, Pedro Barthe,
Nacho Calvo, Ramón Trecet, Esteban Gómez, Ernest Rivera, Pere Ferreras, Antonio
Rodríguez (al que echo de menos en el Plus), Arsenio Cañada, Lalo Alzueta, Sergio
García-Ronrás, Izaskun Ruiz, Virtudes Fernández,… a nivel nacional. Y en mi
territorio autonómico, la Comunidad de Madrid, a Felipe Galán y Antonio
Vaquerizo. Seguro que sin querer omito alguno que ahora no me viene a la mente.
Un recuerdo también para todos esos entrenadores y jugadores que nos han
ilustrado los partidos con sus comentarios técnicos, en especial para el
maestro Monsalve (ánimo hermano que diría él) y para Miguel Ángel Paniagua.
“Malos tiempos para la lírica” cantaba Golpes Bajos en plena
Movida y ahora para el baloncesto y el mundo en general, pero como despedía Andrés
Montes, no desesperen “que la vida puede ser maravillosa”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario